lunes, 17 de octubre de 2016

Testigos de Tangalanga

Conocí al Dr. Tangalanga trasnochando con amigos en el patio del complejo habitacional donde vivían muchos de ellos. En esa época todos íbamos de tarde o de noche al liceo, y nos quedábamos hasta cualquier hora tomando algo, tocando la guitarra, escuchando la radio o simplemente charlando.

Una noche alguien trajo el pique de “Naftalina”, el programa de Héctor Perry que empezaba 1:50 de la madrugada. Entre chiste y chiste, Perry pasaba grabaciones de cómicos de toda índole, incluidas las de un señor que hacía bromas telefónicas: el Dr. Tangalanga.

Cuando lo descubrimos nos voló la cabeza. Llegamos a un punto en que todas las noches estábamos prendidos a la radio solo por la esperanza de que Perry pasara alguna llamada del Doctor.

Comentándolo con mis padres, surgió la gran noticia: un amigo de ellos tenía un cassette. Era oro en cinta. Me acuerdo que lo puse en el walkman y se me caían las lágrimas de risa. Mi madre me miraba y no entendía nada.

Al poco tiempo, cuando tuvimos la primera computadora en casa y conexión a internet vía módem, empecé a buscar registros. Había encontrado una especie de foro que tenía llamadas para descargar, en formato Real Audio. Pesaban unos pocos Kb, pero que en aquellos tiempos demoraban una vida en bajar. Decían solo el nombre y la duración de la llamada, y por eso tenía que descargar las llamadas más cortas: eran los archivos que iban a pesar menos y por ende, bajar más rápido.

Nunca voy a olvidar cuando con mi amigo Diego descargamos y escuchamos la llamada más corta que había: una de 26 segundos de duración denominada “CUCO”. Nos daba mucha intriga qué podía ser, de qué trataría y por qué duraba tan poco. Cuando la escuchamos, quedamos perplejos por un instante, y luego estallamos de risa. Una reacción opuesta a la que tenían mis padres cuando llegaba la factura del teléfono (por aquellos tiempos se pagaba por minuto de conexión).

Historias como la mía debe haber un montón, y seguramente todas las personas que concurrieron al estreno del documental “Víctimas de Tangalanga” tienen una que valdría la pena conocer. Un público de todas las edades, con todo tipo de apariencia (desde un metalero con vincha y remera de rock hasta señoras muy mayores), e incluso personalidades de la cultura como Christian Cary de La Triple Nelson.

Todos fanáticos que nos vimos reflejados en el realizador Diego Recalde, quien impulsado por la misma pasión salió a buscar a los otros protagonistas de este fenómeno: las personas que fueron llamadas por Tangalanga.


El documental muestra el proceso de búsqueda de dichos individuos, lo cual ya de por sí tiene una gran riqueza, y en muchos casos (la mayoría) el resultado que todos esperamos: conocer a esas “víctimas”.

Por momentos es como ver un thriller, donde el realizador es una especie de detective que persigue pistas y que nunca claudica en su objetivo. Ni siquiera cuando la muerte se antepone. Y cada vez que toca un timbre o hace una llamada, nosotros sentimos que estamos con él. Cuando se frustra nos frustramos, y cuando celebra su éxito nosotros también lo hacemos.

El material además está contado con una narrativa visual muy interesante. No hay duda que poner un audio de Tangalanga es risa asegurada, pero la forma en que esas llamadas son representadas en imágenes potencia aún más ese humor. Para ello el realizador cuenta con fotos inéditas de Julio Victorio de Rissio, que si llegaste a leer hasta acá no tengo ni decirte quién es.

Los testimonios de las víctimas generan todo tipo de sentimientos: emoción, alegría y en algunos casos, tristeza. Pero sobre todo, como señala el realizador, la sensación de que darles la chance de contar su versión, su lado del cassette, es una forma de agradecimiento por todo lo que nos dieron. Porque para que existiera Tangalanga era indispensable una persona del otro lado del tubo.

Este documental tendrá dos partes más, que esperaremos ansiosamente. La segunda ya se estrenó en las salas de Buenos Aires. A través de estos materiales seguiremos siendo testigos de este fenómeno que pasó a la inmortalidad. El único victimario que nunca mató a nadie, pero hizo morir de risa a muchos: el célebre Dr. Tangalanga.